lunes, abril 29, 2019

La dama y el castillo

Para Mónica
No te engañes,
no escupas fuego
hablando de nosotros
y déjame decirte de una puta vez
todo lo que podíamos haber sido
y no somos.


No te engañes, mi vida,
no me eches de menos
si sabes que estoy a tu lado,
que yo siempre estoy aquí
aunque no me veas,


que yo siempre estoy aquí
aunque siempre me esté yendo,
que yo siempre estoy aquí
porque siempre acabo quedándome
y agradezco que existas.


Agradezco que existas
aunque a veces duela,
agradezco que existas
Porque el amor no quema
no mata
y yo quiero morirme contigo.

Diego Ojeda
Mi chica revolucionaria


Tan solamente creo en la belleza de tu cuerpo
que se marchita al ritmo de la caja del reloj.
No empuñaré más rifle que mi sexo tan pequeño,
Para traerte de nuevo a mi lado.

Cuando veo tus ojos son mi 68.

Lo demás ya no existe, tú lo haces mentira.
Son demasiado hermosos
para ser de derechas.Con hacer roja la cama
creo que será suficiente.

Así serán nuestros sueños
tan rojos que un día
Seremos valientes.
La sábana en la ventana
para que todos la vean
y nuestra cama tan roja,
la cama tan roja,
El ocaso sobre la marea.

Juan Antonio Canta
Cama roja



A veces pienso en un castillo al pie de una playa. Está en ruinas y semi enterrado por la arena. En su interior crece la maleza. A primera vista parece deshabitado, pero si se mira con atención, se descubre a una mujer en la última ventana de la torre más alta que mira al mar ensimismada. La mujer es alta, delgada y muy hermosa, tiene la nariz recta y grande y la mirada oculta tras unas gafas de sol como las que llevaban las grandes actrices italianas de los años cincuenta. Con la vista perdida en el horizonte, no puede dejar de pensar en las palabras escritas en un viejo trozo de pergamino que guarda en un bolsillo de su vestido. Un misterioso mensaje que ha encontrado esta mañana dentro de una botella que las olas del mar han arrastrado hasta la orilla y que comienza así: "A veces pienso en un castillo al pie de una playa...".



Sevilla, Abril de 2019

sábado, marzo 09, 2019

Carmen, entre hilos y costuras

La Reina: ¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde? 
El servidor: Hazme jardinero de tu jardín
La Reina: ¿Y en qué consistirá tu servicio?  
El servidor: En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.
La Reina: ¿Y cuál será tu recompensa?
El servidor: Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.
La Reina: Tus ruegos han sido escuchados. Serás el jardinero de mi jardín.


Rabindranath Tagore
El Jardinero - Poema 1



Conocí a Carmen una tarde de finales de Febrero, en un taller de costura y sastrería, en un pueblo de la comarca de Los Alcores, muy cerca de Sevilla. 

--- o --- 

Cuando murió mi abuela, recibí en herencia, entre otras cosas, un viejo arcón de madera tallada, que desde entonces he colocado a los pies de mi cama. El arcón era una pieza realmente antigua, traída de Cuba por mi bisabuelo Domingo, que había emigrado siendo muy joven a la isla, como tantos otros canarios de su época. 

Recuerdo, siendo muy niño, las veladas veraniegas en la galería de su casa, cuando mis hermanos y yo nos reuníamos alrededor de Papá Domingo, que sentado en su mecedora, con su eterno cigarro en la boca, comenzaba a contarnos, con su acento mitad canario y mitad cubano, sus aventuras en aquella lejana isla del Caribe. Palmerales infinitos, playas de arena blanca, viejos coches americanos, clubes de Jazz que no cerraban en toda la noche, mulatas exuberantes, policías corruptos, gentes de todo el mundo que arribaban al puerto de La Habana buscando una nueva vida o huyendo de la anterior, el calor húmedo o el batir de las olas en el Malecón.

Toda mi infancia está llena de imágenes donde se mezclan realidad y fantasía hasta confundir las historias de mi bisabuelo con mis propios recuerdos de los veranos en Tenerife. 

El arcón de Papá Domingo tenía algo de mágico, mezcla de cuerno de la abundancia y caja de Pandora. Durante aquellas largas tardes de verano, mi bisabuelo solía hurgar en él para enseñarnos todo tipo de objetos con los que ilustrar sus historias: viejas fotografías desvaídas, recortes de periódico anunciando la llegada a puerto de transportes de mercancías y barcos de pasajeros, diversas herramientas de madera y metal, un pequeño diario de viaje, ropas de trabajo raídas por el tiempo, un sombrero de paja desfondado, un viejo violín al que le faltaban la mitad de las cuerdas y que él tocaba a la manera de Cuba, colocándolo entre las piernas, diversos cachivaches y adornos de latón, una pequeña colección de libros de aventuras, entre los que se encontraban La Isla del Tesoro y Las Minas del Rey Salomón y la pieza más preciada de todas, un elegantísimo traje de tres piezas que junto con una camisa y una corbata, compró con sus primeros ahorros para contraer matrimonio con su novia de siempre, mi bisabuela, que esperaba su vuelta, impaciente, en nuestro pueblo del norte de Tenerife.

Yo, que era el mayor de mis hermanos, tenía, al contrario que ellos, el privilegio de poder curiosear el contenido del viejo arcón. Después de comer, mientras los demás dormían la siesta, Papá Domingo me tomaba de la mano y me llevaba a la galería. Y mientras encendía su cigarro y grises volutas de humo lo rodeaban muy despacio, me alargaba la llave del arcón para que lo abriese y hurgase en su interior. 

Creo que mis primeras lecturas fueron los libros de aventuras de mi bisabuelo y aquellos viejos periódicos cubanos, con sucesos y noticias que me hacían viajar muy, muy lejos. Papá Domingo me contaba que había comprado el arcón recién llegado a Cuba, en una pequeña y angosta tienda de la calle Empedrado, en la Habana Vieja. El arcón procedía, según le contó el dueño del comercio, de Filipinas, y probablemente era cierto, ya que las tallas en la madera representaban escenas cotidianas de la vida en una aldea, y los rasgos de los indígenas, así como los animales y plantas, eran, sin género de dudas, de origen asiático. 

El día que recibí el arcón, pasé varias horas revisando su contenido, como hacía cuando era niño. Los libros de aventuras y el diario de viaje recibieron un lugar de honor en la librería de mi estudio. El viejo violín, reparado, descansa en una bonita caja de madera lacada que descubrí, poco después, en la tienda de un anticuario cordobés, en la Plaza de la Corredera. Los periódicos y revistas, junto a las fotografías, fueron cuidadosamente archivados junto a otros documentos familiares y finalmente el traje, junto a la camisa y la corbata, convenientemente protegidos por una funda de tela oscura, fueron a parar a un armario de mi trastero, donde a partir de entonces convivirían junto al vestido de primera comunión de mi hija, el esmoquin que estrené en mi propia boda y otros recuerdos de familia. Y muy pronto casi olvidé que aquellas ropas de mi bisabuelo permanecían colgadas en ese recóndito armario, en los sótanos de mi casa. 

Unos meses más tarde recibí la invitación a la segunda y seguramente  definitiva boda de mi querido amigo Paco Solís. Paco ha sido siempre un tipo sobrio y clásico y había planeado una ceremonia íntima para un reducido grupo de amigos. Por supuesto, el traje era obligado y mientras tenía en las manos el tarjetón de boda recordé que el de mi bisabuelo siempre me había parecido muy elegante. Ahora que se llevaba de nuevo la ropa con un toque "vintage" quizás era el momento de darle un nuevo uso a aquel traje que ya iba llegando al siglo de antigüedad.

Bajé corriendo al sótano, muy ilusionado por la idea de vestir aquella pieza de museo, y momentos después, en mi dormitorio, mi alegría se transformó en tristeza al comprobar que el traje no había resistido tan bien como yo pensaba los estragos del tiempo y los viajes.

La prenda necesitaba una reparación urgente. Aparte de pequeños desperfectos como la falta de algún botón y el forro un poco descosido en algunas zonas, la polilla había hecho de las suyas y un enorme agujero en la espalda de la chaqueta dejaba a la vista su interior. Una manga estaba casi desprendida y los bajos del pantalón presentaban un desgaste por el uso bastante acusado. El chaleco no había sufrido mejor suerte. Faltaba la hebilla para ajustarlo con las tirillas de la espalda, y tenía roces y deshilachados por todo el contorno.

 La camisa blanca había sufrido también los estragos de la polilla, el cuello y los puños habían amarilleado y varios botones se habían perdido. La única prenda que milagrosamente estaba intacta era la corbata de seda. Aunque tenía algunas marcas de dobleces, parecía que con un cuidadoso planchado, podría quedar utilizable de nuevo.

Había oído hablar de un taller de costura y sastrería especializado, entre otras cosas, en el arreglo de prendas delicadas, en un pueblo cercano a Sevilla. Carmen, la dueña, había trabajado con varios modistos de renombre en Sevilla y era un rumor a voces que detrás de algunos de los mejores diseños salidos de esos talleres, no solo estaba la habilísima mano de Carmen, sino también su increíble buen gusto e ideas innovadoras. Algunos diseñadores de la capital la habían tentado ofreciéndole lo que pidiera por mudarse a trabajar con ellos en Madrid, pero Carmen, que se sentía muy unida a su tierra los desdeñó a todos. Y un buen día, decidió abrir su propio taller, que en muy breve tiempo se convirtió en uno de los más solicitados de la provincia, por la frescura de sus diseños y por el esmero y cuidado conque se trataba tanto a los clientes que pasaban por allí como a cualquier prenda que necesitase una reparación urgente.

 Llegué al taller de Carmen a las siete de la tarde. Habíamos concertado la cita el día anterior, y ya por teléfono, me agradó su tono de voz, pausado y tranquilo, y la avalancha de preguntas que me hizo sobre el viejo traje. Tuve que describírselo con todo lujo de detalles, desde los botones a las solapas, el color, las telas empleadas, los forros, su posible antigüedad e incluso se emocionó cuando le dije que la etiqueta señalaba que el traje había sido confeccionado en Cuba en el taller de Lopez Aguirre, uno de los más famosos sastres de la Habana.

 Carmen era una mujer joven y guapa,  alta y delgada, de cabello castaño claro casi rubio, unos ojos color miel increíblemente bellos y una sonrisa muy atractiva. Me recibió en la puerta del taller. Llevaba el pelo corto, suelto y un poco ondulado y vestía un pantalón de cuero negro y una camisa burdeos que realzaban aún más su belleza y elegancia. El taller estaba repleto de anaqueles llenos de diversas telas, ordenadas por tipos y colores, y en paneles verticales y perfectamente ordenados, infinidad de útiles de costura y confección de nombres y usos desconocidos para un profano. En una esquina, al fondo, estaba el armario donde se guardaban en diversos cajones, alfileres, jaboncillos de sastre, cintas, hilos, botones y encajes. Y cerca de la entrada, un pequeño buró, de estilo isabelino, donde junto a lápices de colores se apilaban diversos cuadernos llenos de detalles y bocetos de vestidos, a cual más espectacular.

 El centro del taller lo ocupaba un enorme banco de trabajo donde se acumulaban patrones, lápices, tijeras y telas en proceso de convertirse en el sueño de una próxima novia o la emoción de la primera puesta de largo de cualquier niña de buena familia. Diversos maniquíes descansaban contra una pared lateral, colocados en perfecto orden, como soldados pendientes de revista, y todo el espacio estaba iluminado por una enorme claraboya en el techo, cuya luz, aquel atardecer, le daba un aspecto de taller antiguo, cómo ésos que se ven en algunos grabados de Gustavo Doré.

 En cuanto vio el traje, Carmen quedó prendada de él. Dedicó un largo rato a examinarlo y comprobar el estado de las costuras y los forros, tomar diversas fotografías y realizar algunos bocetos de detalle de las solapas, puños y botonaduras. Durante todo ese tiempo apenas habló conmigo, salvo un par de preguntas sobre el origen del traje y el uso que se le había dado. Pasaba las yemas de los dedos por las costuras con extrema delicadeza y examinaba con mirada experta el estado, francamente lamentable de todo el conjunto.

 No he visto nunca antes a nadie tan entregado a su trabajo. En aquel momento parecía que el mundo se hubiera detenido. Apenas llegaban ruidos del exterior, y en aquel silencio, sólo interrumpido por el clic de la cámara de fotos y el raspar del lápiz sobre el cuaderno de dibujo, mientras el taller entraba en penumbra a medida que iba oscureciendo, llegué a sentir una sensación de irrealidad muy parecida a la que tenía de niño cuando leía, junto a mi bisabuelo, las historias de sus libros de aventuras.

 No recuerdo cómo, pero de pronto me encontré contándole a Carmen la historia del viejo traje. Le hablé de mi bisabuelo, de mis recuerdos de infancia, de Cuba y de mis viajes. Hablaba y hablaba sin parar, rápido, como si tantos recuerdos lucharan unos con otros por salir lo antes posible al exterior. Estuve hablando mucho tiempo, hasta que la oscuridad invadió por completo el taller. 

Cuando me detuve, fue como si volviera de un sueño. Casi me faltaba la respiración, y me di cuenta de que Carmen se había sentado a mi lado y tenía mi mano entre las suyas. Nos miramos a los ojos y sin decir palabra, nos fundimos en un apasionado beso del que sólo fueron testigos mis recuerdos y el viejo traje que colocado sobre un maniquí, me recordó de pronto a mi bisabuelo, cuando derecho como el palo mayor de un barco de emigrantes canarios, nos sonreía al terminar de contarnos una de sus aventuras.


Sevilla, Marzo de 2019

miércoles, febrero 27, 2019

Atrapado

No creas que te miento
si digo la verdad.
No le pongas candados
a tu soledad.
Ya sé que vivo lejos
y que hablo de más.
Pero eso se corrige
si me abrazas ya.
Y no entiendo como otros
no supieron valorar
toda la poesía
que hay en tu andar.
Cómo te digo
Que desde el día en que te vi yo tengo escrito un para siempre de mi boca hasta tu ombligo.
De tu pelo hasta mi piel, no te perderé.

Cómo te digo
Diego Ojeda

Carmen es guapa y alta y cuando se pone tacones, casi me supera en altura. Carmen tiene la boca grande y los ojos bonitos, de un color entre azul y miel que te hechiza desde el primer momento que los miras. Carmen dice que es tímida y seguramente sea verdad, porque cuando nos conocimos, un leve temblor en su voz traicionaba sus intentos de hablar con desparpajo. A Carmen le dan un poco de verguenza sus manos grandes, unas manos mágicas que convierten cualquier idea en el más hermoso de los vestidos. Carmen es divertida y siempre está a punto de soltar una carcajada. Carmen baila por la vida como si cada día fuera el último que va a vivir, intenso y fugaz como el batir de las alas de una bella mariposa.  Carmen me atrapó enseguida y yo rezo todos los días para que no me quiera soltar.


Sevilla,  Febrero de 2019

jueves, noviembre 02, 2017

Raros fines de semana a tu lado

Llevamos todo el fin de semana juntos, comprando ropa, riendo, viendo películas en la televisión y hasta hemos dormido castamente juntos.

Te estoy conociendo como nunca te conocí cuando estábamos juntos, como deberíamos habernos conocido antes de comenzar nuestra relación. Más cómodo de lo que nunca he estado a tu lado y sin embargo, echando de menos poder besarte y ver tu cuerpo desnudo.

¿Amistad? no se si aún conozco esa palabra contigo. Mi cabeza me dice que me aleje de ti, que no puede ser una relación como la que tenemos ahora, sin poder saborearte cada vez que lo desee. Mi corazón esta completamente descolocado. Me gustas, te quiero, me quiero ir y me quiero quedar a la vez.

Tengo momentos en los que pienso que volveremos a ser pareja y más momentos en que lo veo imposible. Cada día que pasa, cada día que hay más intimidad entre nosotros me pareces mas difícil de alcanzar.

No me quejo de estos momentos, porque son bonitos y porque estoy más tiempo feliz y acompañado que triste y solo. Ya no te echo de menos porque siempre estás, pero siempre tengo miedo al momento en que decidirás conocer a alguien que te de lo que quiera que sea que no encuentras en mí para que seamos uno, tu y yo.

Y ahí estas, durmiendo en mi cama, tranquila y guapa como nunca te he visto, mientras escribo estas líneas que nunca vas a leer, mientras yo no sé lo que va a pasar, ni lo que haremos tu y yo a partir de mañana.


Sevilla, Noviembre de 2017


miércoles, junio 14, 2017

Manjerico de San Antonio

En Lisboa, en la noche de San Antonio es costumbre entre los enamorados regalar a su amada el manjerico, que es una variedad de albahaca originaria de la India, de hojas pequeñas y redondeadas que forman una bóveda verde sobre el potecillo que las contiene. Entre las hojas del manjerico se clava una banderita de papel donde se suele escribir un breve poema de amor. 

Hoy es San Antonio y aunque no estemos aún en Lisboa, ahí tienes mi manjerico, como prueba del amor que va creciendo cada día dentro de mí desde que te conocí.



Llegaste a final de Abril, 
inesperada como una flor tardía.
Llenaste de perfume mis días 
y de pasión todas mis noches.

Cuando ya desesperaba 
de encontrarte
has invadido mi vida, 
mi casa y mis sueños.

Conquistadora de corazones,
me has puesto del revés
y ya no quiero que nada sea
como antes de encontrarme contigo.

Desde que llegaste, Mónica,
tu nombre esta grabado
en todo lo que hago,
en todo lo que pienso, en todo lo que escribo.

Reina de mi corazón
cúrcuma, sal y canela,
suave brisa del sur,
pasión sin pausa ni fecha.

Madre de una diosa antigua,
hija del fuego y del mar,
no encuentro palabras ni versos
para gritar al mundo todo lo que te quiero.


Sevilla, Junio de 2017

viernes, junio 09, 2017

Más que nada

En mi viejo tocadiscos suena esta tarde 
"Mais que nada" de Sergio Mendes 
y la música me envuelve 
recuerdo estas maravillosas 
primeras semanas 
a tu lado.



Dormir
y soñar contigo.
Despertar
y que mi primer pensamiento
ahora,
sea siempre para ti.
Desayunar y mojar
las ganas que tengo de ti
en mi café negro.
Conducir y en cada semáforo
parar un segundo a imaginarte
riendo a mi lado.
Trabajar e inventar
que escribo tu nombre
en cada carta que envío.

Más que nada
deben ser
las ganas que tengo de verte.

Fines de semana llenos de ti,
de tu olor y de tu sonrisa,
de tu voz y de tu sexo.
Fines de semana
que no estás
y toda la casa
parece entonces tan grande sin ti.

Más que nada
deben ser
las ganas que tengo de verte.

Tardes de café y de risas,
de copas lentas y conversaciones largas,
de pequeños y grandes secretos.
Hablamos tanto y de tantas cosas.
Historia de España,
las elecciones británicas,
la revolución pendiente,
la ONG donde colaboras
y lo que me gustas.
Tus ideas, las mías,
tan lejos a veces
y tan cerca otras.
De nuevo lo que me gustas
y luego
nos preguntamos
de dónde venimos
y a dónde vamos.
Si existió Jesús
o si lo que importa
de verdad es su mensaje.

Más que nada
deben ser
las ganas que tengo de verte.

Pequeños halagos,
un "te echo de menos"
y la sorpresa imposible
de tu inesperada llamada
cuando estoy a punto de irme a dormir.
Noches al teléfono
donde solo es interminable
el tiempo que pasa
desde que se corta tu voz
hasta que de pronto
me llamas de nuevo.

Más que nada
deben ser
las ganas que tengo de verte.

No eres una chica revolucionaria,
y nunca quemarás Versalles,
pero a mi me has revolucionado por dentro.
Nunca enarbolarás la bandera roja
ni te indignarás en la Plaza Mayor,
Pero has conquistado
sin esfuerzo,
todo mi terreno.

Más que nada
deben ser
las ganas que tengo siempre de verte.


Sevilla, Junio de 2017

lunes, junio 05, 2017

Cuarenta y cinco minutos

Acabas de terminar de planchar y vas a preparar la cena a tus hijos. Son las diez y cuarto y hemos quedado en charlar un rato por teléfono a las once. Te he prometido, un poco presuntuoso, que te enviaría poemas, y ahora tengo menos de cuarenta y cinco minutos para contarte por qué estoy cada día más atrapado por ti. No sé por qué alguna vez dije que escribir poesía era más fácil. Estoy delante de esta página en blanco y solo tengo ante mí las fotografías que me enviaste anteayer y el recuerdo de nuestra cita de esta tarde para tomar café y charlar un rato.

Podría hablar de tu sonrisa, que me desarma cada vez que aparece iluminando tu rostro o de tu camaleónica capacidad para convertirte en una gata salvaje, al menos por unas horas, y no solo en aquella fiesta de disfraces a la que no asistí porque aún no te conocía. Podría contarle al mundo lo divertida que eres, y cómo tu mirada penetra muy dentro de mí haciéndome sentir desnudo e inerme y a la vez poderoso y a salvo de todo lo malo. 

Podría hablar durante largo rato de tu rostro en blanco y negro, sin maquillar, en una playa cualquiera del sur. De tu mirada limpia, de la seguridad que emana de cada poro de tu piel, de la serenidad que transmite tu mirada ligeramente alegre y de tus pómulos, levemente marcados y a punto, tal vez, de comenzar a reír en una carcajada llena de vida y alegría. 

De tu imagen de pie en la calle, junto a un coche de lujo, no puedo dejar de admirar tu gesto y tu talle perfectos. Tan alta, tan delgada y tan garbosa. Si para alguien se creó esa palabra, no tengo duda que fue para ti. Me encanta como ríes apoyada en el Ferrari, que todos saben que no es tuyo, y tú juegas a bromear con que ni tu misma te lo crees. No importa, no hay Ferrari mejor diseñado que tus pechos y tu vientre. Y yo, que he tenido la fortuna de poder verlos, me rio cada noche de los ingenieros de la factoría de Maranello. 

Y qué decir de esa fotografía montada en la bici, cerca del rio, si fue esa imagen la que me hizo caer en tus redes de las que no quiero ser rescatado. Prefiero morir asfixiado entre tus brazos que libre de tus cadenas entre las aguas de los mares del sur. Podría vivir sin ti, pero lejos de tu vientre me marchitaría un poco cada día. 

De la última imagen me fascina tu perfil señorial, patricio de nobleza antigua. De una belleza clásica, de señora de los pies a la cabeza. Tu mirada perdida en el vacío, pensativa y tu gesto atrapado sin que fueras consciente de ello revelan más de ti de lo que nunca quisiste mostrar. Tu semblante serio, la mejilla apoyada en la mano, donde luce ese pequeño y elegante anillo de jade que tengo tan asociado a ti, me habla de tu sencillez y tu discreción. Me gustan tus hombros, anchos y fuertes casi como los de un hombre, que resaltan la estrechez de tu cintura. Quien no ha visto tu espalda desnuda, no sabe aun lo que es la belleza. 

Corre el reloj y me señala que quedan apenas diez minutos. Finalmente no ha sido poesía, pero cada palabra que he escrito está invadida por tu cercana presencia, impregnada de tu perfume y acompañada por esa música de los ochenta que tanto nos gusta a los dos. 

Y aunque descubro demasiado tarde que es imposible contar en cuarenta y cinco minutos todos los motivos, todas las razones por las que cada día me siento más atrapado por ti, no pienses, amor, que no lo he intentado.

 
Sevilla, Junio de 2017