Para Miguel e Itziar, que siempre han estado ahí.
Una gota del aceite de la ensalada le manchó la camisa. Paró un momento de comer y trató de limpiarla, pero en lugar de desaparecer, la mancha comenzó a extenderse por su pecho. Un poco nervioso llamó al camarero. Este trajo enseguida polvos de talco, que fueron engullidos de inmediato por la mancha que ya alcanzaba su vientre.
Frenético, se levantó, frotandose con una servilleta y consiguiendo solo que la mancha se extendiese por su espalda. Trastabilló, tropezando con la mesa y tirando su contenido. Platos y comida se fueron al suelo entre el estruendo de vajilla destrozada.
Resbaló con los restos de la ensalada y quedó boca arriba, aturdido, mientras la mancha crecía por todo su cuerpo y teñía su cuello de un tono verdoso. Se llevó las manos a la garganta cuando notó que le faltaba el aire. Su cara comenzó a ponerse morada y los ojos se le salieron de las órbitas. Se retorció un par de veces y una espuma aceitosa surgió de sus labios resecos. Enseguida dejó de moverse, y su cadaver quedó en el suelo rodeado de restos de comida.
Inmediatamente un ejército de camareros apareció para recojerlo todo. En un instante el salón estaba limpio y el resto de comensales pudo continuar tranquilamente la comida.
Sevilla, Diciembre de 2004
Una gota del aceite de la ensalada le manchó la camisa. Paró un momento de comer y trató de limpiarla, pero en lugar de desaparecer, la mancha comenzó a extenderse por su pecho. Un poco nervioso llamó al camarero. Este trajo enseguida polvos de talco, que fueron engullidos de inmediato por la mancha que ya alcanzaba su vientre.
Frenético, se levantó, frotandose con una servilleta y consiguiendo solo que la mancha se extendiese por su espalda. Trastabilló, tropezando con la mesa y tirando su contenido. Platos y comida se fueron al suelo entre el estruendo de vajilla destrozada.
Resbaló con los restos de la ensalada y quedó boca arriba, aturdido, mientras la mancha crecía por todo su cuerpo y teñía su cuello de un tono verdoso. Se llevó las manos a la garganta cuando notó que le faltaba el aire. Su cara comenzó a ponerse morada y los ojos se le salieron de las órbitas. Se retorció un par de veces y una espuma aceitosa surgió de sus labios resecos. Enseguida dejó de moverse, y su cadaver quedó en el suelo rodeado de restos de comida.
Inmediatamente un ejército de camareros apareció para recojerlo todo. En un instante el salón estaba limpio y el resto de comensales pudo continuar tranquilamente la comida.
Sevilla, Diciembre de 2004